Las niñas y los niños deben recibir la misma educación

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¿Educamos igual a una niña que a un niño? Esta pregunta atañe a toda la sociedad, pero también a nuestros comportamientos inconscientes y a nuestros automatismos, porque, a veces, los estereotipos están presentes desde la cuna. A continuación os damos algunas pistas para reflexionar sobre el tema.

Niñas y niños: ¿una educación que no sea ni rosa ni azul?

Para Lisa, madre de dos chicos de 5 años y 2 años y medio, lo que encendió una bombillita en su cabeza fue el tazón del desayuno. “Cuando mi hijo tenía casi 4 años, me di cuenta de que nunca le había pedido que recogiera el tazón. Estoy segura de que si hubiera sido una niña se lo habría exigido antes”. Lisa es maestra y, en su colegio, dirige un proyecto de sensibilización de los alumnos antes el sexismo en la vida cotidiana. ¡Hasta ese punto está pendiente del tema!

Pero aunque tengamos un pensamiento crítico sobre los estereotipos, “nos comportamos de forma distinta con los hombres que con las mujeres”; y eso, desde que nacemos”, explica Patricia Mercader, psicóloga especializada en cuestiones de género. Muchos experimentos lo demuestran. Uno de ellos es el siguiente: se presenta un solo bebé a dos adultos, una vez vestido de niño y otra de niña. Según el sexo atribuido al bebé, las descripciones que hacen los adultos difieren: en el primer caso pesa más, es más alto, más activo y más seguro; y, en el segundo, pesa menos, es más pequeño, más agraciado y más débil.

De forma inconsciente y automática, debido a todas las interacciones cotidianas, a los niños pequeños se les inculca la virilidad y a las niñas pequeñas la feminidad: en su forma de pensar, de sentir, de moverse, de desplazarse en el espacio… “En mi entorno –se indigna Lise–, veo que a las niñas se les exige ser más educadas (“di buenos días”) y más limpias (“te vas a manchar”). En cambio, se acepta que los niños rueden por el suelo o se nieguen a saludar. Las niñas y los niños son, ante todo, seres humanos en la etapa de la niñez!”.

Angélique recuerda los comentarios que tuvo que sufrir cuando le regaló a su hijo de 3 años una cocinita de juguete que al niño le encantaba. Y también de todos los clichés: “¡Los niños no lloran, sé valiente!”. Son unos hábitos que colocan a cada sexo en un lugar distinto. Diversos estudios han demostrado, por ejemplo, que desincentivamos las actitudes proactivas, la acción y el gusto por las ciencias en las niñas y la atención al prójimo y la expresión de las emociones en los niños.

Las normas entre niños y niñas

En las familias en las que la distinción niño/niña no se manifiesta a la hora de elegir objetos o ropa, el inicio de la Escuela Infantil suele ser el punto de inflexión a partir del cual el pequeño empieza a ocuparse por sí mismo de afirmar su pertenencia a un sexo u otro.

“Al empezar la Escuela Infantil, le entró la pasión por el rosa y por las frases del tipo ‘eso es de niños’ o ‘eso es de niñas’”, se sorprende Mathilde, que tiene dos hijos. A juicio de Patricia Mercader es algo normal, “en el colegio, los niños están inmersos en la sociedad tal cual es y tal como la interpretan desde pequeños, es decir, de una forma rígida”. A esta edad, los niños utilizan para pensar las categorías que les ofrece el entorno en el que crecen. Cuanto más imperativas son esas categorías (“las niñas son así”, “los niños se comportan de este modo”…), menos capaces son de tener en cuenta los matices o las excepciones: ¿un niño con el pelo largo? ¿Una niña disfrazada de Darth Vader? ¡No puede ser! La mayoría rechazará la libertad de hacer suyos los atributos del otro género. Por eso al niño deja de gustarle la camiseta violeta que hasta entonces se ponía con agrado, que pasa a ser “de niñas”. Además, los atributos femeninos están menos valorados que los masculinos. Que una niña se apasione por el fútbol está más aceptado. Pero está peor visto que un niño se aficione al ballet.

Transgredir la norma requiere aplomo por parte del pequeño, porque eso suele conllevar comentarios, burlas e incluso humillaciones. De hecho, la mejor estrategia no pasa por rechazar radicalmente todo estereotipo: desincentivar toda aspiración a la feminidad en una niña o todo comportamiento viril en un niño también sería limitador.

“Cuando mi hijo escogió un estuche con flores violetas antes de empezar 1.º de Primaria, no hice ningún comentario –recuerda Hélène–. Y también lo respeto cuando me enseña sus bíceps con orgullo”.

“Me di cuenta de que le decía constantemente a mi hija: ‘Qué mona eres’, hiciera lo que hiciera –cuenta Sylvie–. Ahora intento ser más precisa: “¡Qué fuerte! o ¡qué ágil eres!”.

Angélique no deja que sus hijos varones piensen que los niños no sienten miedo ni tristeza. “Lo importante –subraya Patricia Mercader–, es darles un margen de maniobra. Si siempre que a un niño de sexo masculino que llora le repetimos el mismo cliché (“los chicos son valientes y no lloran”) o si le decimos a una niña temeraria que es muy “chicarrona”, no les ayudamos a desarrollarse, porque eso les obliga a adaptarse a un lugar mucho más estrecho en el mundo”.

Para construir su personalidad como niños o como niñas, los pequeños necesitan un marco de referencia sólido (hay niños y niñas, y tienen cuerpos distintos), pero lo suficientemente flexible para poder expresar su individualidad. Y para poder vivir sus aspiraciones sin que los juzguen: soy una niña y no me gusta el rosa, me encanta correr al aire libre y trepar a los árboles. O soy un niño y me gustan los juegos tranquilos, y me horroriza jugar a la pelota.

Caminar con los zapatos de mamá. Jugar al fútbol y gritar: “¡Gooool!”. Jugar a las cocinitas. Tener una muñeca y cuidarla. Hacer pulseras de cuentas. Caminar con los zapatos de papá. Trepar a los árboles. Ponerse un tatuaje de pirata en el antebrazo. Subirse a un poni y convertirse en vaquero. Bailar, bailar… y girar como una peonza. Jugar con los cochecitos.

Ampliar el abanico de posibilidades en la infancia

Una niña que quiere ser “caballera” o “bombera”, un niño que quiere ser “mamá” o “maestra”… ¿No es una lástima poner fin a estos sueños? En 2014, un informe del gobierno francés subrayaba que solo el 17% de las profesiones son mixtas. ¿Por qué nos cuesta tanto aceptar que un chico pueda convertirse en maestro de Infantil (solo hay un 7%) o que una mujer se convierta en bombera o en mecánico de un taller de coches?

Es muy difícil escapar a los estereotipos y compartir los roles en la sociedad. Y eso ocurre hasta en el seno de las familias, como constata Sylvie: “Soy bastante feminista y mi pareja asume totalmente su parte en las tareas de la casa. Reconozco que no me sentí orgullosa cuando mi hija me dijo que siempre recurría a su padre cuando había que segar el césped o sacar el destornillador”. Y, a la inversa, Bertrand reconoce: “Durante mucho tiempo decía que ‘ayudaba’ a mi mujer en casa, como si fuera evidente que las tareas domésticas eran de su incumbencia. Sin embargo, trabajamos los dos…”. De modo que aunque la mayor parte de lo que transmitimos se nos escape, merece la pena pararse a pensar un momento en los modelos que proponemos y en los discursos que mantenemos: “Para mí lo fundamental es que mis hijos varones respeten a las niñas y no se sientan superiores”, concluye Hélène. Y que las niñas no se sientan “inferiores” o con menos derechos o posibilidades. Y que, una vez sean adultas, unos y otras se consideren iguales ante, por ejemplo, el cesto de la ropa sucia y la lavadora.

¿Los niños y las niñas tienen cerebros diferentes?

El cerebro humano no presenta diferencias cognitivas entre hombres y mujeres. Inteligencia, memoria, razonamiento, atención… Los niños y las niñas tienen las mismas aptitudes. Si los estereotipos perduran no es porque los cerebros de los niños y de las niñas sean distintos, sino porque se estimulan de forma diferente. Al nacer, aún no se han creado el 90% de las conexiones neuronales. El cerebro se modela a través de las experiencias y las interacciones. Las normas sociales, el entorno o las experiencias forjan los gustos y las aptitudes de los individuos. Por ejemplo, a veces se dice que las mujeres no están hechas para las ciencias, pero es solo porque no siempre se las anima a cultivar la ciencia o se las forma para ser científicas. El cerebro se focaliza en otras aptitudes y eso modifica entonces su estructura.

Texto: Anne Bideault.