Cómo enseñar normas de cortesía a los niños

  • por

«¿Cómo se pide?»; «¿Qué se dice?»… Estos constantes recordatorios a menudo generan tensión entre padres e hijos. ¿Es posible enseñarles el valor de la buena educación sin perder los nervios? 

Consejos para enseñar a los nños normas de cortesía

¡Qué apuro!

Los tres niños de nuestros invitados entran, me saludan sonriendo con naturalidad y me dan un beso. Mi hija de 5 años, escondida detrás de mí, los mira de reojo, sin decir ni pío. Intento disculpar su comportamiento ante los recién llegados, pero no consigo ocultar mi apuro. Sin embargo, esta sensación de bochorno es idéntica a la que siento al recordar una escena del pasado: la bronca de un padre a su hija, que había saludado a un tío abuelo sin mirarlo a los ojos. El padre la mantenía firmemente agarrada por el brazo exigiéndole que pidiese disculpas al anciano, tan incómodo como la niña por la severidad, a todas luces excesiva, del padre.

De pequeña, yo misma era muy tímida y, comparando ambas situaciones, me pregunto si la enseñanza de las convenciones sociales implica necesariamente humillar a los niños. Dudo de la autenticidad de un gracias pronunciado bajo la mirada fulminante de la madre: ¿es una expresión sincera de gratitud o miedo a una regañina…? Como madre, soy partidaria de dar tiempo al tiempo, aun a costa de pasar vergüenza a veces. Al fin y al cabo, ¿qué adulto se siente realmente ofendido cuando un niño no le da los buenos días?

Otra forma de expresarse

Es domingo. Martín irrumpe feliz en la cocina, se sienta a desayunar y exclama: «¡Quiero chocolate!». Su padre, sin ver cómo desaparece la sonrisa del pequeño, res ponde secamente: «¿Qué se dice primero?». En realidad, en la exclamación y en la actitud general del niño, era patente la alegría de ver a sus padres y de estar con ellos. ¿No es eso lo que significan las palabras buenos días? Porque, cuando decimos gracias, por favor, buenas tardes, el mensaje que transmitimos a la otra persona es «estás aquí, te he visto y no te ignoro». Para asimilar y adoptar nuestro lenguaje estereotipado, los niños necesitan tiempo. Su lenguaje es muy corporal. Consciente de ello, Lucía, profesora de Infantil, dice a unos padres que regañan a su hijo por no haberla saludado al entrar en el patio: «Me ha dicho hola con los ojos, lo he visto». En estas edades, la mirada, la sonrisa, los gestos dicen mucho: un niño que abraza en tusias mado el regalo que acaba de abrir expresa su emoción con mucha más fuerza que pronunciando dócilmente un gracias.

Los niños son sinceros

Es verdad: a veces, el niño no saluda ni con la voz ni con el cuerpo. ¿Por qué? En opinión de la famosa pediatra y psicoanalista Françoise Dolto, «el niño es mucho más sincero que nosotros. Para los adultos, decir buenos días no tiene ningún valor afectivo… Para él, las palabras conservan su sentido pleno. Y tiene razón -instintivamente hablando- al no decir buenos días a una per sona que le es indiferente. Saludará de una forma u otra a las personas que quiere, pero no al resto. Al crecer, se convertirá en un ser social y comprenderá para qué sirven esas palabras que facilitan la convivencia. Entonces, repartirá holas y perdones de manera refleja».

A la cortesía por la paciencia…

¡Claro que preferiría que mi hija dijese hola y gracias espontáneamente! Ya le hemos explicado mil veces por qué es importante. Pero repetírselo de forma continua sólo sirve para subrayar que no lo ha hecho (¡otra vez!) y para crisparnos más, de modo que optamos por predicar con el ejemplo y darnos las gracias entre nosotros por cosas que, obviamente, hay que hacer, como poner la mesa o recoger el salón. A veces, nos esforzamos para ser más explícitos y decir lo mismo con más palabras para recordarle el significado de fondo de estas expresiones tan «trilladas»: «Me has ayudado a recoger la ropa y, así, he acabado antes, gracias»; «¡hola!, ya veo que estás aquí, y me alegra verte». Cuando jugamos a las tiendas o a las casitas, veo que esa anhelada educación está presente: «¿Quiere usted algo más, señor?», «Gracias, señora, el café está muy rico». Hay que confiar en que su timidez y el empeño en llevarnos la contraria irán cediendo… Y pensar que los niños son más educados cuando no estamos delante para dar la cara por ellos.