7 ideas para descubrir la naturaleza en familia

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Nuestro modo de vida nos lleva a ir perdiendo paulatinamente el contacto directo con la naturaleza. Sin embargo, es algo vital, sobre todo para los niños. Salid al aire libre para explorar y descubrir en familia. Una buena forma de hacerlo son estas 7 ideas para descubrir la naturaleza en familia.

La importancia de acercar a los niños a la naturaleza

En España, el 40% de la población vive en municipios con más de 100 000 habitantes. Eso hace que los niños crezcan lejos del campo. Sin embargo, la naturaleza está presente incluso en el espacio urbano o en el extrarradio de las ciudades. Pero muchas veces no la vemos. Y el caso es que ahí está, en el parque, en las yemas de los árboles de la avenida, en las hierbas que crecen en las juntas de las baldosas, en las nubes que recorren el cielo entre los tejados, en la lluvia que nos sorprende en la calle, en el soplo de viento que hace que nos entre polvo en los ojos… 

La primavera es un buen momento para estar atentos a la naturaleza. Abre los ojos de tus hijos y deja que ellos te los abran con su mirada curiosa. Porque, tanto si está encerrada en la ciudad, domesticada en el jardín o libre en el campo o en la montaña, la naturaleza es un lugar de juego irremplazable. En él, los niños pueden disfrutar de una libertad inusual para correr a placer, escalar, observar, explorar y preguntar. Es sinónimo de cansancio físico y de espacio abierto donde se pueden sentir grandes emociones (miedo, alegría, excitación), superar obstáculos (“¡he tocado una babosa!”), hacer descubrimientos innumerables y desarrollar el sentido de la observación o de la contemplación. También es el lugar donde los padres a veces tienen que controlar sus temores y dejar que los hijos se suban a los árboles o se hagan un rasguño en la rodilla. ¡Da igual si la ropa se ensucia o los zapatos se llenan de barro!

Actividades para descubrir la naturaleza en familia

Poneos las botas de agua, coged un frasco, una bolsa, una navaja y… ¡salid de aventura con estas 7 ideas!

1. Organizar una búsqueda del tesoro

Antes de salir de paseo y enviar a los niños en misión, decide con ellos lo que tendrán que traer. Los padres motivados pueden incluso hacer una pequeña “ficha misión” con una lista ilustrada con dibujos o fotos. Es importante que no recojan más de una hoja por árbol o matorral.

Ejemplos de elementos que pueden traer:

• la concha de un caracol

• un insecto

• una hoja que pincha

• una hoja con los bordes redondeados (lobulada)

• una hoja dentada

• una hoja con pelillos (aterciopelada)

• una hoja lisa

• un fruto (¡se suscitarán grandes discusiones sobre lo que es un fruto!) • una semilla, etc.

2. Realizar un herbario

De vuelta a casa, podéis hacer juntos un herbario. Y si ninguno de vosotros sabe distinguir un álamo temblón de un abedul, un haya de un carpe, ¿qué más da? Lo importante es observar que todas esas hojas son diferentes, tener un recuerdo de ese día (“herbario del día en que…”) y, tal vez, comprender que así empezaron los botánicos cuando clasificaron los nombres de las especies. Si quieren ir más allá, podéis investigar y aprender juntos.

3. Clasificar, coleccionar

Pasearse con los niños es arriesgarse a que sus anoraks vayan pesando cada vez más y más… a medida que van recogiendo tesoros y los van metiendo en los bolsillos. Piedrecitas, bellotas, hojas, ramas, palitos… ¡a los niños pequeños les gustan las colecciones! Y es una suerte. Para ello no es necesario ser un entendido. También es interesante enseñarles a descubrir lo que no han visto: las esporas del helecho pegadas al envés de las hojas, las de las setas que caen del sombrero cuando le damos unos golpecitos (coloca una mano o un papel debajo para comprobarlo). Una vez en casa, di a tus hijos que clasifiquen sus hallazgos por su tamaño, por su color, por su forma…

4. Escuchar, oler

Túmbate con los niños en el suelo (o sentaos en una piedra si el suelo está mojado), cerrad los ojos y… ¡shhh! Deja que pase un momento. ¿Habéis oído algo? ¿Eran ruidos de la naturaleza o ruidos humanos? Manteniendo los ojos cerrados, concentraos ahora en el olfato: ¿huele a algo? Pasado este rato contemplativo, puedes lanzar un desafío a los niños: “A ver quién es capaz de moverse sin hacer ruido, como un gato o como un indio”. ¡No es nada fácil! Y si tenemos un oído fino, a principios de la primavera, podemos pegar la oreja al tronco de un árbol (mejor si tiene la corteza lisa y fina, como el cerezo, el plátano o el castaño). ¿Qué se oye? ¡Es la savia que sube! ¡De verdad! Si tienes la suerte de conocer a un médico, pídele un estetoscopio y oiréis aún mejor el sonido.

5. Ver cómo se transforma una oruga

Observad juntos las plantas que crecen al borde del camino. ¿Hay orugas? Si es así, arrancad la planta de raíz con sus ocupantes. Colocadla en un frasco grande cerrado (si las orugas son de especies distintas, aún mejor). De vuelta a casa, sustituid la tapadera por una gasa. Mantened la planta húmeda con la ayuda de un vaporizador. Si las orugas se han comido todas las hojas, tendréis que coger más plantas del mismo tipo. Entonces podréis ver cómo tejen el capullo las orugas, cómo se transforman primero en crisálidas y luego en mariposas (que hay que liberar, claro).

6. Observar las mariquitas

A los pequeños les encantan las mariquitas. Hay otros bichos que les dan miedo, pero, en cambio, dejan que estos insectos corran por su mano. Si tus hijos creen que el número de puntos indica la edad, sácales de su error: eso solo depende de la especie de la que se trate. Las mariquitas no suelen vivir más de un año. Es bueno saber que hay muy pocos insectos peligrosos y que se puede coger un escarabajo o un saltamontes con la mano. Así podéis contar las patas: una araña no es un insecto, porque tiene 8 patas en lugar de 6.

7. Una limpieza “fértil”

Al volver del paseo, generalmente hay que limpiar los zapatos. Hazlo con los niños, recogiendo en un platito la tierra que se desprende de las suelas. Si regáis esa tierra todos los días, os encontraréis con una gran sorpresa… ¡hay algo que brota! De hecho, así viajan a menudo las semillas de un continente a otro.

Texto: Anne Bideault.