Cómo reaccionar ante los berrinches de los niños pequeños

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Tu peque berrea, patalea… y no hay forma de pararlo. ¿Cómo se explican esos accesos de ira? ¿Qué hacer para calmarlo y ayudarle poco a poco a controlar sus emociones? Sigue estos consejos. 

Comprender la reacción del niño/a 

¿Se nos ocurría irritarnos con una planta verde porque las hojas se han vuelto amarillas? Si hacemos caso de la psicóloga Isabelle Filliozat, a mi hija Célestine, de 3 años, que está roja de furia y repite sin parar que “quiere pintaaar”, le ocurre más o menos lo mismo que a la planta verde (aunque el caso es un poco más complicado): no lo hace a propósito para volverme loca. 

Según la pediatra Catherine Gueguen, entre los 12 meses y los 3 años, el cerebro no está maduro y es incapaz de controlar las emociones. Ser conscientes de ello, lo cambia (casi) todo. Ver a mi hija patalear y berrear seguirá siendo duro. Pero saber que simplemente se siente desbordada por las emociones me ayudará a analizar la situación con más serenidad: está reaccionando con los medios a su alcance, que todavía son muy limitados. Empecemos por intentar calmarla. 

Adaptarse a la situación creada 

Para calmar al niño se requieren gestos de ternura. “No es tan fácil. Tiendo a gritar… me siento superado”, reconoce Simon, de 31 años y padre de dos niños. Cada cual tiene su método para conservar la calma: respirar hondo, aislarse para protegerse de los gritos… 

Isabelle, de 41 años, madre de cuatro hijos, intenta utilizar palabras dulces (“Te quiero mucho”) para evitar las que hacen daño (“¡Eres insoportable!). “No hay recetas, depende del niño y de los padres”, insiste Béatrice Kammerer, doctora en Ciencias de la educación, que es adepta al papel arrugado y deja que sus hijos expresen su enfado utilizando catálogos. 

También podemos simplemente abrazar a nuestro hijo. Pero algunos no quieren que se acerquen a ellos, como Anna, de 2 años y medio: “Le he ofrecido otras herramientas”, explica Marjorie, de 27 años, que tiene dos hijos y es autora de un blog con miles de seguidores: “Ahora se va por su cuenta y se envuelve en su edredón o se instala en nuestro ‘espacio de vuelta a la calma’, donde hay una alfombra, libros, cojines… Es un lugar protector, no un lugar de castigo”. 

Calmar su ira 

Claro, todos queremos que nuestro hijo deje de berrear cuanto antes: es una necesidad legítima de los padres y del resto de la familia, “porque el acceso de ira es contagioso”, apunta Isabelle. Pero no se puede restablecer la calma a cualquier precio. “El modo de reaccionar de los adultos es determinante para que el niño consiga controlar progresivamente sus emociones”, escribe Catherine Gueguen. Cuando el entorno comprende al niño y sabe calmarlo, estos episodios impulsivos disminuyen y casi desaparecen entre los 5 y los 7 años”. De modo que esos accesos de furia se convierten en ocasiones para madurar. 

Por el contrario, los gritos y los castigos pueden frenar el desarrollo del niño. “Tiene derecho a sentirse furioso”, escribe Isabelle Filliozat. Ayudémosle a que no considere sus emociones como algo peligroso y a encontrar otras maneras de expresarlas. “Si el progenitor teme el acceso de ira de su hijo, el niño se guarda la furia para sí o se vuelve violento”. Tampoco sirve de nada intentar razonar con él: mientras esté rojo de rabia, no hará caso de nada. Solo cuando pase la pataleta podremos verbalizar sus emociones y animarlo. 

Acompañarle 

Rebobinado: ¿qué es lo que llevó a Célestine a ponerse así? Nuestros hijos no siempre saben cómo decirnos que les exigimos demasiado… y, una vez en casa, liberan las emociones. “Primero hay que comprobar que tienen cubiertas sus necesidades de amor, protección, sueño y alimentación”, aconseja el psicólogo Didier Pleux. Si estamos seguros de eso, busquemos por el lado de la frustración. “En el vientre materno, el niño obtenía todo y lo obtenía de forma inmediata. Por eso funciona con arreglo al principio del placer y no soporta que le nieguen lo que le gusta. Pero, en el mundo real, no podemos estar siempre alimentados, mimados, en comunicación… El papel de los padres es regular sus necesidades”. 

No se trata de frustrarlo voluntariamente, sino de acompañarlo frente las frustraciones de la vida: “El pez rojo se ha muerto y el niño quisiera que volviera a vivir. Va a tener que soportarlo”, explica Béatrice Kammerer. “Pero aunque digamos ‘no’ tenemos que reconocer que el niño está atravesando un momento difícil”. Si se siente comprendido, él mismo comprenderá mejor. 

Prevenir posibles rabietas 

“Anunciar claramente el programa y las reglas evita muchas crisis”, opina Isabelle. Por eso, nuestra palabra tiene que ser firme: nuestras dudas generan frustraciones”. También podemos tener en cuenta la necesidad de autonomía de los niños. “Hemos organizado la casa para que Anne pueda alcanzar su cepillo de dientes, vestirse sola, poner la mesa… Así es más difícil que coja un berrinche”, dice Marjorie encantada. 

No se trata de transigir con la seguridad, la salud o las obligaciones de la vida adulta, sino de dejar que el niño cambie nuestras reacciones. Y de ceder. “Es verdad que no siempre tenemos tiempo, pero… si yendo hacia el parque se para a recoger piedras del suelo, puedo decirme: ‘Al fin y al cabo, lo que quería es que jugara fuera. Pues es lo que está haciendo, pero de una manera que yo no había previsto’ ”. ¡El parque da igual! 

Texto: Adrien Bail. Ilustraciones: Isabelle Assémat.