Cómo aprender a ser padres

  • por

Saber descifrar las necesidades y las emociones de nuestro hijo, reaccionar a los gritos y a los “no” reiterativos, lidiar con el cansancio propio…: el “oficio de padres” no siempre es sencillo. ¿Podemos aprender a ser padres o al menos conseguir ayuda? ¡La respuesta es sí! Averígualo leyendo este artículo.

¿Qué tipo de padre o madre eres?

Hay cuatro vasos colocados en línea sobre una mesa. Cada uno tiene una etiqueta. Versión femenina: “mamá”, “madre”, “mujer”, “enamorada”. Versión masculina: “papá”, “padre”, “hombre”, “enamorado”. Porque seguro que os habéis dado cuenta de que cada progenitor tiene varios roles. Es algo a la vez apasionante y agotador. Somos papá o mamá cuando respondemos a las necesidades afectivas de los niños (mimos, cuentos, juegos…). Somos padres o madres cuando ejercemos nuestra función de educadores (poniendo límites, negándonos a decir sí a todo, estableciendo un “marco”…). Seguimos siendo un hombre o una mujer, como éramos antes de ser padres o de formar una pareja. Y, por último, a menudo también estamos enamorados o enamoradas de nuestra pareja.

En la mesa, también hay una jarra con zumo de granadina. La monitora pide a uno de los progenitores que participan en el taller que rellene los vasos en función de su vida actual: “La granadina es la energía de la que dispones durante un día. Es limitada. ¿Cómo la repartirías hoy entre tus cuatro papeles de mamá, madre, mujer y enamorada?”.

Una participante coge la jarra y, sin dudar, rellena casi todo el vaso de “mamá”. El vaso de “madre” se queda por la mitad. “Enamorada” recibe una gotita y “mujer” también se queda casi vacío. La participante mira perpleja el resultado: “No era consciente de la poca energía que dedico a mi pareja o a mí misma”. Su cónyuge es uno de los pocos padres que acuden al taller. Para dar su versión, no utiliza los vasos “enamorado/a” y “papá/mamá”, sino que invierte los niveles de “padre/madre” y “papá/mamá”. Luego hace el siguiente comentario: “Me gustaría rellenar más el vaso de “papá”, pero para eso tú tendrías que asumir más tu papel de “madre”. Este primer ejercicio tan sencillo no deja a nadie indiferente. Hace reflexionar sobre el modo en que vivimos la vida de padres y sobre los “vasos comunicantes” que se crean con el otro progenitor.

Compartiendo experiencias con otros padres

A lo largo de las sesiones, otros ejercicios de toma de conciencia y de juegos de rol hacen que los participantes se sigan haciendo preguntas sobre su modo de ejercer el “oficio” de padres. ¡Para eso se han apuntado! Aunque los participantes llegan con modelos educativos diferentes, todos están allí porque hay algo que no les gusta en la relación con sus hijos. Muchos confiesan que les cuesta desprenderse del modelo que ellos vivieron de niños y dar con un modo de actuar que les satisfaga.

Janissia explica: “Estaba en un callejón sin salida con mis hijos. Tenía la sensación de haber agotado mis respuestas parentales. En casa, a partir de las 4.30 h saltaban chispas”. Cuando esta madre de dos niños de 4 y 9 años vio el cartelito de “Apoyo a la paternidad” en la puerta de la Escuela Infantil, le sedujo la idea: “Necesitaba ayuda, pero no la de una amiga, ni la de mi marido ni la de la familia”. Alguien de fuera, neutro y profesional “que no juzgue”, subraya una participante. Noël acude con su mujer porque a ambos les cuesta sobrellevar los pequeños conflictos entre sus cuatro hijos de 2, 5, 9 y 11 años.

Juliette tiene un hijo de 4 años y medio. La pregunta que le llevó a inscribirse es: “¿Cómo no echar a perder a un ser en ciernes?”. Sin saberlo, describe la actitud que Sophie Benkemoun y Nadège Larcher, las dos mujeres que iniciaron el Atélier des Parents (taller de los padres), desean transmitir a los participantes: “Cómo ayudar a mi hijo a convertirse en un adulto sabiendo que es un niño”. Una es médica y la otra psicóloga. Basándose en los estudios más recientes sobre el cerebro y en los trabajos de los psicólogos Carl Rogers, Thomas Gordon y Haim Ginott, han diseñado estas sesiones en las que se transmiten saberes y destrezas de comunicación: “Porque todos los padres son positivos, pero a menudo están mal informados y actúan con torpeza”.

Las organizadoras no prometen soluciones a todas las dificultades educativas y tampoco defienden la forma “correcta” de actuar. “Repiten que podemos equivocarnos, que el cansancio juega malas pasadas, que podemos seguir probando, que no hay una única solución válida para todos y para siempre”, explica una participante. El alivio es inmediato: “ya en la primera sesión ­–añade Janissia­–, todos nos miramos y me di cuenta de que no era la única que estaba hasta la coronilla. Es lo que más me gustó: ver cómo desaparece ese sentimiento de culpabilidad al darte cuenta de que no eres el único o la única que te consideras un ‘mal’ padre o una ‘mala’ madre”. Todos subrayan, como ella, lo importante que es intercambiar experiencias con otros padres.

¿Y después?

Y, después de esto, ¿en qué cambia la vida de la familia? “Estas sesiones han supuesto un alto en el camino: hemos podido reflexionar sobre cómo avanzamos”, explica Janissia. De hecho, ¿qué progenitor con niños pequeños, que lleva una vida cronometrada, se permite mirar con perspectiva la educación que les da? A Noël le ha gustado aprender más cosas sobre el desarrollo del cerebro del niño. Hacerse preguntas sobre lo que sienten los niños no es fácil, pero “hace que baje la presión y disminuyan los conflictos”. Lo mismo opina Juliette, que ha rebajado algunas de sus expectativas: “Pedía cosas a mi hijo sin saber que simplemente no era capaz de comprenderlas”. Porque elegir, expresar las propias necesidades, razonar o asumir una norma de forma definitiva no son capacidades que se adquieran en cuanto se aprende a hablar. Juliette concluye: “Gracias a estas claves de comprensión me he adaptado y veo que hay menos crisis en casa y que vivo mejor”.

Deshagamos de inmediato un posible malentendido: el objetivo no es dar siempre la razón al niño ni ceder a todos sus deseos. De hecho, hay una sesión del taller dedicada al “marco”. Si es demasiado laxo y variable, es un factor de angustia. Si es demasiado estrecho y rígido, provoca miedo y dificulta la autoestima. Juliette reconocer que entró en su casa con el deseo de ser un poco más firme que antes. Otros participantes, en cambio, intentarán ser más flexibles. En cualquier caso, todos tendrán presente lo que son, con sus fuerzas y sus flaquezas, con sus episodios de desánimo y sus momentos de euforia, de padres en proceso de aprendizaje. Una buena razón para desarrollar la confianza en sí mismo, ¿no?

Nuestro agradecimiento a Anne Spatazza y a Céline Mauboussin, formadoras del “Atelier des Parents” (el taller de los padres) y cofundadoras del taller “Les mots qui font grandir” (las palabras que hacen crecer).

Texto: Anne Bideault